CENTRALIDAD  SACRAMENTAL

Elemento central son los sacramentos, y especialmente la Eucaristía.  En Hechos 2,42, además de comunidad y doctrina, se señala como elemento de perseverancia las oraciones  y  la Fracción del pan.

La vida oracional, cultual, litúrgica y sacramental son elementos esenciales en la vida de todo cristiano.  La Liturgia  y sobre todo la Eucaristía es el centro, la cumbre y la fuente de toda la vida cristiana y eclesial.

Puebla DICE: “Las celebraciones litúrgicas suponen el anuncio evangelizador, la catequesis y la predicación bíblica”. DP 927  Para que la Liturgia adquiera su lugar de centro, fuente y cumbre, se necesitan personas evangelizadas y formadas catequética y bíblicamente, y que sea una verdadera comunidad que celebra su fe, y no una devoción privada o un precepto que se cumple.

La mayoría de las Parroquias son estaciones de servicio religioso, Parroquias sólo cultuales, pero que, al no estar evangelizando y no haber verdaderas comunidades, la participación sacramental es sumamente deficiente cuanti­tativa y cualitativamente.  Un 10% va a misa dominical, y aún de los que asisten, pocos saben a lo que van, están ahí por propia decisión, y participan consciente, viva y activamente, y con un fruto abundante.

Sólo en la Parroquia evangelizadora, que cumple integralmente la misión y la pastoral de la Iglesia, la Liturgia es realmente centro, cumbre y fuente.

Lo jurídico,  lo estético  y  lo espiritual son tres dimensiones importantes a cuidar, pero sobre todo el fruto espiritual santificador y transformador.  Hay normas jurídicas que hay que cumplir fielmente, hay que hacer celebraciones realmente bellas, pero en último término lo que importa es el fruto espiritual.

Y eso se logra sólo en personas evangelizadas, que han tenido la experiencia de un encuentro vivo con Jesús, y han recibido una catequesis mistagógica adecuada para conocer, valorar y participar con consciencia y fruto; y   siendo verdaderas comunidades que celebran su fe; sólo entonces tendrá la liturgia su verdadero lugar.

Por parte del que preside y de todos los que participan y celebran, hay que tener verdaderas celebraciones devotas, ungidas, gozosas, participativas donde se manifiesta la presencia viva de Jesús, la acción santificadora, congregadora y carismática del Espíritu, para gloria y alabanza del Padre.  La Eucaristía, en su realidad profunda y en sentido auténtico, supone y construye la comunidad eclesial. Para esto se necesita  poder conseguir y  tener una

plena verdad  y  participación  –  máxima fructificación.

+ V E R D A D  plena, es decir, conocimiento del misterio ahí encerrado y del rito con el que se celebra. El conocimiento doctrinal suficiente para saber lo que se está cumpliendo y viviendo ahí, y conocimiento de la historia y el significado simbólico, espiritual y práctico del rito.

+ PARTICIPACIÓN  plena, consciente y libre, interior y exterior, con el ser entero: en Espíritu y en verdad;  con el espíritu, la atención de la mente, los sentimientos y el cuerpo; el canto, la palabra, el silencio de adoración; fe y devoción personal, e  intensa comunión y unión comunitaria.

+ FRUCTIFICACIÓN máxima, no limitándose a lo mínimo para la validez, con una verdadera experiencia espiritual profundamente transformadora, porque la Liturgia es el momento de santificación por excelencia. No sólo hacerla bien con respeto a las normas canónicas, ni sólo estéticamente solemne y bella, sino ante todo buscar el fruto espiritual correspondiente.


SACRAMENTO DEL BAUTISMO

El bautismo realiza en nosotros, como primer y más importante efecto, la inserción en Jesús, Hijo de Dios, por lo cual nosotros nos hacemos hijos con Él, y participamos de la misma vida divina. Cuando entra Él que es la luz, la oscuridad desaparece,  Con Su Vida nueva todo pecado desaparece.

El efecto integral del Bautismo, además de salvación y Vida nueva, es la participación en el Misterio Pascual de Jesús: Cruz, Resurrección y Pentecostés; muerte, vida y donación del Espíritu, que recibimos en germen en el Bautismo mismo, y los demás sacramentos amplifican esa acción básica: la Reconciliación y la Unción de los enfermos en la línea de la muerte al pecado y a sus consecuencias espirituales y físicas, la Eucaristía en la línea de la vida, la Confirmación en la línea del Don pentecostal del Espíritu, y los otros dos sacramentos, Matrimonio y Orden sacerdotal, como especializaciones del sacramento básico de la Confirmación, para ser testigos y ministros al interior de la comunidad natural que es la familia, y para la comunidad cristiana el sacerdocio. Por esto es indispensable haber recibido la Confirmación antes del Matrimonio y de la Ordenación, ese Don sacramental del Espíritu para cumplir la misión apostólica.

El agua, sobre todo en el bautismo de inmersión, es un signo eficaz de baño para limpieza, y de muerte y sepultura para salir a Vida nueva,.

En la antiquísima tradición y costumbre de la Iglesia se tiene el bautismo de infantes. Apoyado en la fe de sus padres se quiere dar al niño, lo más pronto posible, el beneficio de ese germen de fe sembrado por el Espíritu Santo en el Bautismo.

Aunque el niño no se entera de su bautismo, no toma personal decisión de recibirlo, y no puede tener las condiciones personales de disponibilidad espiritual de conversión y de fe, requeridas para un adulto.  Los padre católicos, conscientes del beneficio espiritual del bautismo para sus hijos, lo piden lo más pronto posible después del nacimiento.

A veces se retrasa innecesariamente el bautismo por razones económicas por los gastos de la fiesta, o sociales, porque el padrino, que vive lejos, no puede venir en esa fecha.

Un bautismo de joven o adulto requiere evangelización y catequesis completa, con una clara conversión y aceptación de Jesús como Señor y Salvador, y un compromiso de vida cristiana profunda como discípulo de Jesús.

Evidentemente eso no es posible en un bebé, pero debe ser respaldado por una fe y vida cristiana suficientemente seria en sus padres, que garanticen el desarrollo de esa semilla recibida en el bautismo, por el testimonio cristiano en la propia vida familiar, debiendo ser los padres los primeros evangelizadores y educadores en la fe de sus hijos, antes que la parroquia.

Comenzando el rito bautismal se hace una pregunta a padres y padrinos: ¿son conscientes de la responsabilidad y obligación de dar testimonio cristiano, y acompañar el surgimiento y el desarrollo de la fe de sus hijos?  Y  todo mundo responde que sí.

¿Es eso real?, ¿Hay una toma de conciencia y un compromiso de cumplirlo? Esto implica que no se justifica el bautismo de infantes cuando los padres de familia no tienen una vida cristiana medianamente seria, donde la vida familiar no muestra claramente una presencia viva de Dios en el hogar, un testimonio cristiano de los padres, y un compromiso de educación en la fe que empieza en el hogar, antes que en el catecismo parroquial.

De igual manera es incongruente la elección de padrinos sólo por parentesco o interés de relación social de “compadres”, Por eso no califica un padrino si no vivirá cerca de su ahijado, de tal manera de poderlo ver y tratar frecuentemente, y si no lleva él mismo una vida cristiana testimonial.

Se deben tener criterios claros de estos requerimientos, en primer lugar en los padres y luego en los padrinos, y en la Catequesis pre-bautismal hay que hacerles tomar con­sciencia de esa seria responsabilidad.  Este Sacramento es esencialmente parroquial, en su propia parroquia, no en otra; y no en conventos de religiosas, colegios u hospitales.

Esa preparación pre-bautismal para papás y padrinos debe contener al menos una mini-evangelización con el anuncio misionero del “¿ya lo tienes tú?”, y luego la enseñanza sobre lo que es el bautismo y su importancia, su efecto amplio de gracia, y el entender el rito bautismal en toda su riqueza, además de la responsabilidad seria para papás y padrinos.  Ojalá no sea esto un cumplimiento superficial de una charla corta para salir del paso y cumplir el requisito burocrático.

Para todo cristiano el Bautismo es el momento más importante de su vida, que debería celebrarse en los aniversarios, más que del nacimiento natural.

  1. Alfonso Navarro MSpS

SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN

Es el Don sacramental del Espíritu, el Pentecostés personal, para cumplir la misión apostólica. Sacramento que amplifica y especifica lo recibido en germen en el bautismo, como se dijo en la Unción postbautismal: “porque ya  eres miembro de Cristo, profeta, sacerdote y pastor”.

Junto con el Bautismo y la Eucaristía, la Confirmación pertenece a los Sacramentos de la Iniciación Cristiana básica. Sacramentos intrínsecamente inseparables y complementarios, aunque se reciban en tiempos diferidos.  En los adultos se reciben los tres el mismo día, uno después del otro.

En el Bautismo se recibe toda la Vida nueva en germen, en semilla, en la que potencialmente está todo. Los demás sacramentos amplifican y especifican cada aspecto y matiz del Misterio Pascual de Jesús: Cruz, Resurrección y Pentecostés; muerte, vida y Don del Espíritu.

Si en el Bautismo se nos ungió con el crisma para participar de la Misión misma de Cristo, como profetas, sacerdotes, y reyes o pastores, es el Sacramento de la Confirmación el que da el Don Sacra­mental del Espíritu Santo para ser espiritualmente habilitados para cumplir esa multiforme misión.

Todo cristiano debe recibir el Sacramento de la Confirmación como sacramento específico para el testimonio cristiano y el apostolado, para cumplir la tarea misionera y evangelizadora hacia todo el mundo y para toda creatura (Mc 16,15), y para formar discípulos apacentándolos y pastoreándolos en el seguimiento de Jesús (Mt 28,29): en comunidad, con la catequesis, centrados en la Eucaristía, compartiendo todo como hermanos solidarios, y siendo testigos con Poder del Señor resucitado, apóstoles y misioneros comprometidos. (Hch 2,42).

La Confirmación es un sacramento esencial e indispensable para todo cristiano, al que hay que darle toda su importancia y definir su finalidad. El tiempo ideal para recibirlo es en la postadolescencia, cuando el joven puede asumir con conocimiento y compromiso suficientes esa misión apostólica.

El Sacramento del Matrimonio y del Orden Sacerdotal no son sino especialización de ese sacramento básico y fontal que es la Confirmación, para poder ser testigos y ministros de la presencia y de la acción salvadora de Jesús en la comunidad natural que es la familia, y para la comunidad cristiana que es la Iglesia.  Nadie debe recibir esos sacramentos si primero no ha recibido la Confirmación.

En el marco de los estudios básicos, en segundo año de Preparatoria, más o menos a los 16 años, se les da la Evangelización kerigmática, puerta y cimiento para todos. La proveemos, en sistema semanal, de enero a junio de ese segundo año de Preparatoria.

Luego, por todo un año, en grupos pequeños, se les da la preparación y la formación adecuada para recibir el Sacramento de la Confirmación al final de sus estudios básicos, alrededor de Pentecostés. Saliendo así a la Universidad o al trabajo con una consistencia cristiana y un compromiso serio de testimonio cristiano y de involucramiento apostólico, empezando por su parroquia, y en el mundo.

Lo ideal es haber pescado al niño desde pequeño en la Escuela de la Fe, desde preprimaria, primaria y secundaria, para luego conectarlo con esta preparación a la Confirmación. El Sacramento de la Eucaristía, la Primera Comunión sería al terminar sexto de Primaria, como a los 11 años.

Imaginamos qué jóvenes y adultos se tendrían que hubieran pasado por todos los niveles de la Escuela de la fe desde pequeños hasta el último año de preparatoria, recibiendo así todos los sacramentos de la Iniciación cristiana de forma seria y preparada, y con toda la solidez y fruto abundante.

Esta Parroquia del Espíritu Santo, comprometida en proveer a la integralidad en la misión y en la pastoral de la Iglesia, quiere preparar y realizar estos sacramentos con toda seriedad, con sólida formación y buena preparación, y no sólo para cumplir un formalismo tradicional de una familia católica.

Por eso motivamos a todos los padres de familia, y a todos y todas las catequistas, a que tomemos más en serio, y con mayor profundidad, esta preparación. Y hacer descubrir al niño, al adolescente y al joven la importancia de cada sacramento para el que se prepara y forma.

No queremos en esta Parroquia hacer sólo ceremonias rituales, con superficial preparación, y sin clara conciencia y compromiso serio y profundo en algo tan importante. Tarea difícil para motivar y con­vencer a los padres de familia para que entiendan y acepten los criterios y exigencias de esta Parroquia  que quiere cumplir todo en serio y a fondo.

¡No queremos más farsas sacramentales!  Los Sacramentos son una realidad demasiado importante y sagrada para vivirlos con la mayor profundidad en su efecto y fruto espiritual.

Ojalá todos, sobre todos nuestros feligreses, de la “nueva” Parroquia del Espíritu Santo y de la Cruz, comprendan y valoren lo que estamos pidiendo y ofreciendo. Queremos una nueva generación de cristianos, “tertio millenio adveniente”, en los albores del tercer milenio, con una nueva forma de ser cristianos, y una nueva forma de ser Iglesia.  ¿Quieres y te interesa una Parroquia así?

Alfonso Navarro MSpS

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